Del jardí bell de València
és Ayelo ermosa flor
que escampa, arreu, les fragàncies
que despedeix lo seu cor
Miguel Ferrándiz . "Himne a Ayelo"


jueves, 9 de junio de 2022

El Polaco. Els Requena de Aielo de Malferit. Por Santiago Gasset (I)


1.-El Polaco

Hay una historia, antigua en nuestra familia, de la que no podemos ubicar fechas o nombres de protagonistas, quizá fue en el siglo XIX, quizá fue en el siglo XVIII.

Sí sabemos que fue en Aielo de Malferit. Uno de mis antepasados se dedicaba a la compra – venta de caballos. Iba a Centroeuropa, compraba caballos, los traía a España, y aquí los vendía.

En sus viajes, había adquirido la costumbre de llevar un gorro de piel, habitual en el norte de Europa. Con él defendía a su cabeza, con incipiente alopecia, de los fríos de los viajes.

Por sus viajes de trabajo, y por su gorro, en el pueblo le pusieron de apodo «el polaco». No podemos descartar que, efectivamente, fuese polaco o de algún país cercano, incluso que tuviese origen hebreo, algo parece indicar unos análisis genéticos que nos hicimos en la familia, pero, no lo podemos asegurar.

En el momento en que iniciamos esta historia, el polaco, había entrado en la treintena, y ya empezaba a tener una economía desahogada, que le permitía pasar más tiempo en el pueblo. Fue en este momento en que conoció a una joven vecina, de apenas dieciocho años. La diferencia de edad no fue obstáculo para que el amor naciera entre ellos. En principio lo llevaron con cierta discreción, pero finalmente, el rumor comenzó a extenderse por el pueblo. La jovencita, hija única y huérfana de madre, estaba muy unida a su padre.

Un día, al volver a casa, notó que la cara de su padre denotaba enfado, los rumores le habían llegado y había entendido los cambios de horarios y las respuestas huidizas. Su padre fue directo y fue claro: esa relación no tiene mi permiso y no puede continuar.

No sabemos si la diferencia de edad o la falta de simpatía hacia el polaco determinaban esa oposición. Sin embargo, la hija, mantuvo su decisión de mantener esa relación, le dijo, que era seria y que planeaban casarse. No sirvió de nada, más aún, para todo lo contrario, su padre se plantó, y le dijo que se opondría totalmente a que ese matrimonio se celebrase.

La pareja habló largamente sobre la situación. El polaco, pensó que había que arreglarlo lo antes posible, y que cuanto antes se casasen, mejor. Iría y hablaría con su futuro suegro y le convencería.

Una tarde de invierno, cuando la luz del sol ya desaparecía y las calles se vaciaban, la pareja se dirigió a la casa de ella, llamaron a la puerta y entraron. Frente a la chimenea, sentado en su silla de enea, con el fuego encendido, estaba el padre. Con una manta sobre sus hombros, cubriéndole la espalda, salvaba el frío, en su cabeza, mientras, no dejaba de mascullar su problema. Sin embargo, ese día, con su mente ofuscada, el problema había entrado en su casa.

La conversación no fue muy larga, por no decir que no llegó ni a empezar.  Cuando el Polaco intentó iniciar el saludo y su muy estudiada argumentación, el que iba para suegro le cortó. La argumentación no fue tan elaborada:

«Al carrer!!, aneu-se’n al carrer!!» (así tal cual, nos ha llegado la historia, me la contaron en castellano, esta parte, en valenciano), lo dijo con toda la fuerza que sus años le permitían, tanta, que no intentaron retomar la conversación, dieron marcha atrás y salieron con rapidez.

Cuando la hija volvió a casa, la conversación fue corta.  - «Si te casas con él, a mí no me heredarás».

La hija contestó con igual parquedad de palabras:  - «Papá, me voy a casar.  Quiero que sea con tu consentimiento, pero si no lo das, igualmente me casaré».

La boda no se demoró mucho, los días hasta la boda fueron difíciles.  El día que salió para la iglesia, su hija le miró y le dijo:  – Papá anda, ven.  Su padre dio media vuelta y entró en su habitación.

Y la boda se celebró, y el padre no asistió, la hija no heredó. Sin embargo, aquel matrimonio fructificó y aquí estamos nosotros.

Puede ser una historia menor, pero algo nos dice de aquella sociedad y de Aielo.  Había comercio internacional. Las hijas estaban bastante supeditadas a sus padres, pero también tenían libertad.

Hay cierto tipo de historias que en las familias se repiten.  No en el 100% de los casos, pero se repiten alguna vez. No fue el último matrimonio en esta familia contra la voluntad de un progenitor, a veces los genes transmiten una característica psicológica.  Puede ser, por ejemplo, la tozudez de un padre o una madre, y la tozudez, o la integridad, de una hija o hijo, de vivir conforme a su pensamiento.  Si esa característica se hereda y se encuentran en una situación similar, la historia se repite.

 

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