LAS GERMANIAS. EL BANDOLERISMO. «LES PARTIDES»
Con anterioridad a la expulsión de los moriscos y a la repoblación de nuestro pueblo, ocurrió en Valencia, como sabemos, la revuelta de las Germanías (1519-1522), tema al que los historiadores regnícolas han dedicado muchas páginas. Pero este suceso no debió afectar a nuestro lloch por los motivos que vamos a exponer.
Las Germanías, movimiento gremial y ciudadano, y cuyas revindicaciones no es momento de analizar aquí, degeneraron pronto en una lucha antiseñorial y antimudéjar; uno de los aspectos en que se manifestó fue en el bautismo forzoso de los mudéjares.
Entre los pueblos agermanados de la Gobernación dellá lo riu Xúcar estaba uno tan cercano como Onteniente, con un cabecilla maestro de escuela llamado Francisco Guadalupe(1). Pero esta proximidad parece que no causó perturbaciones en el pequeño Ayelo; por lo menos no hemos encontrado al respecto nada escrito ni en la tradición, como saqueo de domicilios, robo de cosechas, y menos de bautismos a la fuerza, ya que la población de Ayelo, aunque compuesta sólo por mudéjares, estaba toda ella bautizada y convertidos todos en moriscos desde hacía tiempo.
Entre los años 1519 a 1522 el Reino de Valencia vivió la revuelta de las Germanías, conflicto que, según MªA. Belda, no causó perturbaciones en Ayelo de Malferit. Ilustración: La paz de las Germanías, por Marcelino de Unceta en Wikipedia |
Prueba de ello es que, según el "vecindari" de 1510, del que hicimos mención, existía en esta fecha y en nuestro lloch un prevere (vicario) y, por consiguiente, una iglesia o capilla, y, desde luego, ninguna tradición de existencia de mezquita.
Sin embargo, la vida de Ayelo no debió ser en adelante muy tranquila. A partir de la expulsión de los moriscos sobrevino en nuestro Reino una grave crisis económico-social. Sin tener en cuenta las sublevaciones de moriscos, que en algunas partes de nuestra tierra se resistían a ser expulsados, hubo otros factores: el abandono del cultivo de las tierras y la despoblación de algunos lugares que ya no volvieron a poblarse, lo que equivalió a una gran ruina económica. Por otra parte, los moriscos expulsos no salieron todos de España; unos fueron escondidos por aquello de "quien tiene moro tiene oro"; otros regresaron y se refugiaron entre los vagos y maleantes, que, viviendo del pillaje, produjeron una inseguridad general, que se conoce con el nombre de bandolerismo.
El bandolerismo duró más de un siglo en nuestro reino; según unos, desde 1609 a 1707. Según otros, continuó hasta finales del siglo XIX, y aún podríamos añadir que se vio recrudecido en el período de las guerras carlistas. Lo constituían grupos de forajidos que, perseguidos por la justicia, se refugiaban de día en las fragosidades de los montes, y de noche bajaban a los pueblos a robar para subsistir. Si había resistencia no dudaban de recurrir al asesinato.
No hemos hallado noticia escrita de sus actuaciones en Ayelo, pero sí la tradición de la existencia dels roders, como se les llamaba a los bandoleros. Incluso se conservaba a principio de siglo el nombre dels Carnisers, partida de roders que se ocultaban de día en los pinares de lo que hoy es el puerto de Albaida y que de noche bajaban a los pueblos, donde algunos tenían gente que les protegían y contribuían a su ocultación y subsistencia. En Ayelo existe la tradición de que varios de sus habitantes murieron víctimas de estos forajidos(2).
Para Ayelo, como para otros pueblos, debió ser aquélla una época de terror. En ella tiene origen una oración que rezaban las viejas de mi familia cuando alguno de sus hombres, padres o hermanos, se ausentaban de casa. Decía así:
Fulano de Tal (aquí, el nombre del ausente), fora és.
Ángels que l'acompanyen trenta y tres.
Que ni siga mort ni pres.
Ni de contraria siga ofés.
La segua pell que no siga foradà.
La segua sang que no siga derramà.
Axí siga guardat (Fulano...) en este dia.
Com Jesús en el ventre de la Verge María.
Las autoridades locales debieron preocuparse de la seguridad y protección de los vecinos; quizá multiplicando el número de guardas, quizá creando algunos guardas especiales, como hicieron otros pueblos del Valle de Albaida, como los llamados "miñones", en Castellón de Rugat(3). En distintas comarcas fueron creándose organismos armados, como los somatenes y otros.
El Duque de Ahumada Fco. Javier Girón, que en 1844 fundó la Guardia Civil, primer cuerpo de seguridad pública que se implanta en España a nivel nacional. Ilustración de un artículo de Jesús Núñez |
Hubo entonces necesidad de que el Gobierno creara en cada provincia "compañías francas", al mando de militares retirados pero insuficientes; las autoridades se vieron obligadas a designar fuerzas del ejército. Por fin se creó la Guardia Civil, por Decreto de marzo de 1844, fuerza armada de infantería y caballería bajo el Ministerio de Gobernación. La organización del cuerpo se debe al mariscal de campo don Francisco Javier Girón, duque de Ahumada. Tenían que transcurrir bastantes más años para que su aportación a la paz social le valiera el nombre de Benemérita.
LES PARTIDES
Si el bandolerismo clásico fue disminuyendo a medida que terminaba el siglo XIX, una nueva clase de perturbaciones tuvieron que soportar los ayelenses, como otros muchos pueblos de la comarca, por la actuación de lo que entonces se llamaban "les partides".
Les partídes fueron una secuela de las guerras carlistas, cuyo origen, como sabemos, fue la famosa Pragmática de Felipe V que excluía del trono español a las mujeres. Derogada por Fernando VII (que de sus cuatro matrimonios no había tenido más que dos hijas), no fue acatada por su hermano, el infante don Carlos María Isidoro, que, como segundogénito de Carlos IV, se creía con derecho a reinar en España.
Se enfrentaron entonces las dos Españas: la tradicional, llamada legitimista, partidaria de don Carlos, y la reformista o liberal, partidaria de Isabel II, reina desde la muerte de su padre, Fernando VII.
De la primera guerra carlista, que duró siete años (1833-40) y que se desarrolló desde el Maestrazgo hasta el norte de las provincias de Navarra, Vascongadas y Cataluña, no queda noticia de que nuestro pueblo sufriera de algún modo las consecuencias de aquella contienda. Tampoco de los sucesos a los cuales los historiadores llaman Segunda Guerra Carlista (desembarco del conde de Montemolín en San Carlos de la Rápita, en 1860).
Pero sí queda la tradición de lo ocurrido en los pueblos de nuestra zona durante la tercera y última de estas guerras, a partir de 1872.
Sabido es que las tropas carlistas se nutrieron, sobre todo y desde los primeros momentos, de voluntarios, algunos veteranos de la guerra de la Independencia y pocos militares de carrera. Estos últimos fueron los que en mayor número actuaron en la primera de estas guerras, muy escasamente en la última, de 1872, cuyo teatro de operaciones se extendía por las provincias de Valencia, Tarragona, parte de Zaragoza, Guadalajara y Cuenca (zona que había controlado el famoso Cabrera en la guerra de siete años). Lo que los historiadores llamaron "zona centro".
Aunque el cuartel general de don Carlos tuvo siempre nombrado un comandante general para esta "zona centro", la actuación bélica de la misma estuvo siempre en manos de jefes-cabecillas, más o menos prestigiosos, que, seguidos de sus secuaces, realizaban marchas audaces, sorprendiendo a los pueblos, a los que exigían hombres para sus partidas, dinero, víveres, caballos, armas, etc., así como pagos de contribución debida al Estado. "Cobrar un ters de contribusió y demanar diners als richs del poble" era lo corriente, según contaba una vieja señora de mi familia(4) contemporánea de aquellos sucesos.
No es de extrañar que los vecinos que tenían algo que perder, en cuanto tenían noticia de que alguna de aquellas partides se acercaba al pueblo, huían a esconderse en el monte(5).
"Parece —dice un historiador de estas guerras— como si los jefes carlistas del Centro no tuvieran otra finalidad que la de vivir sobre el terreno." La historia conserva el nombre de algunos de aquellos cabecillas: Cucala, Santés, Segarra, etc.; pero ninguno llegó a la fama de Cabrera.
Daguerrotipo del general Ramón Cabrera realizado en 1850. Fuente: Wikipedia |
Pero no todo eran saqueos de pueblos. A final de 1873 tuvo lugar el encuentro más sangriento de toda esta tercera guerra: el de Bocairente, en cuyas proximidades se enfrentaron la partida de Santés (que había estado merodeando por Canals, Albaida y Onteniente) con la brigada de Weyler. En la refriega los liberales perdieron hasta sus cañones, y con cargas a la bayoneta los carlistas quedaron dueños del terreno. Santés, que después de este éxito se quedó sin municiones, se retiró a Chelva, que era su cuartel general(6).
En Bocairente queda aún un recuerdo muy vivo de esta batalla.
LA GUARDIA CIVIL Y LA POLICIA MUNICIPAL.
Reorganizada en 1876, se preveía a la Guardia Civil como "policía de campo", pero tenían que contribuir a su financiación los municipios. Para entonces ya el propiamente bandolerismo clásico no existía como tal, aunque era necesario cuidar lo que hoy llamamos orden público.
Como sabemos, la Guardia Civil llegó a Ayelo muy tarde, bien entrado el siglo XX, aproximadamente en 1914, lo que no quiere decir que nuestro pueblo no estuviera protegido por los individuos de esta institución residentes en localidades cercanas a la nuestra. Pero en lo que se refiere al campo, la guarda de cosechas, etc., eran los guardas municipales, nombrados por el municipio y pagados por los vecinos, los que tenían a su cuidado la vigilancia del término. Por cierto, que eran muy respetados; podían imponer multas e infundían temor a los ladrones de cosechas. Iban provistos de una escopeta de dos cañones y su misión era recorrer el término durante el día.
La guarda del pueblo, estricta, es decir, la que constituía la totalidad de las viviendas, estaba encomendada a otros dos funcionarios municipales: el aguacil y el sereno, que también hacía (este último) el oficio de enterrador.
El aguacil recorría el pueblo y sus afueras durante el día; los ayelenses que han pasado el medio siglo recuerdan al tio Sento el aguasil, provisto de un gran garrote y de una voz estentórea y que era el terror de la chiquillería revoltosa, que huía al atisbar su presencia. El sereno vigilaba el pueblo de noche; llevaba un largo y fuerte palo terminado en lanza o punzón, seguramente para defenderse de los posibles perros rabiosos, palo que utilizaba como bastón, golpeando contra el suelo; aquellos golpes aseguraban a los vecinos que su calle era vigilada. El sereno, además, se detenía en cada esquina y cantaba la hora y el tiempo, comenzando por una invocación a la Virgen. Cantaba así: "Ave María Purísima. La una (o las dos, etc.). Nublado (o lloviendo, o sereno)."
Octubre de 1925. Bendición del nuevo local de la Guardia Civil por el Cardenal Benlloch. Foto: Arxiu Fotogràfic de la Biblioteca Degà Ortiz. |
La Guardia Civil llegó a nuestro pueblo, como hemos dicho alrededor de 1914 y fue instalada en el local de la calle Honda, que habían dejado las monjas de la Beneficencia, que ya habían inaugurado el nuevo edificio en el Ensanche. Más tarde pasaron los guardias y sus familias a la hoy casa propiedad de los herederos del médico, don José Juan Requena; hasta que en 1925 pasaron al cuartel nuevo, sito en la Av. del Santísimo Cristo. La bendición del local tuvo lugar el día 25 de octubre de 1925, con asistencia de las autoridades provinciales y locales y la presencia de Su Eminencia el cardenal Benlloch, que actuó en la ceremonia bendiciendo el local.
Mª Ángeles Belda
NOTAS:
(1) GARCÍA CÁRCEL: La revolta de les Germanies, Valencia, 1981, p. 48.
(2)Doña Enriqueta Liñana Bataller cuenta (noticia transmitida por su madre) que dos individuos de la familia de esta última señora fueron víctimas en Ayelo de los roders o bandolers. Uno de ellos, al salir después de cenar de la tertulia de su amigo Barber, llamado Mahó, pese a que iba acompañado por un criado, fue acuchillado y muerto en plena calle. Don José Ramón Juan Cerdá (el organista), que murió en 1955, a los noventa y seis años, contaba a sus hijos cómo en casa, hoy propiedad de su nieto don Enrique Juan Requena, fue asesinado su dueño, degollado por los roders, sobre una mesa. Esta víctima era uno de los parientes de doña Enriqueta Bataller
(3)PASTOR ALBEROLA: Castellón de Rugat: Estudio histórico-geográfico, Valencia, 1973.
(4)Esta señora era mi abuela doña Rafaela Ortiz Vidal, de Soler, que vivía en la hoy casa número 7 de la calle de San Bartolomé de Ollería, y a la que oí contar que un famoso jefe de partida carlista invadió en cierta ocasión su casa para convertirla en su cuartel general durante veinticuatro horas.
(5)Esto es lo que en cierta ocasión, y ante la llegada de una partida carlista, hicieron mi abuelo Miguel Belda Galiana y sus amigos. Huyeron al monte, posiblemente a los pinares del Campello. Llegados a Ayelo los carlistas, y enterados que los principales contribuyentes habían huido, secuestraron a sus mujeres en número de siete y las llevaron aOllería, a pie, de noche y lloviendo. Al día siguiente los carlistas exigieron para liberarlas mil reales por cada señora, cantidad que los maridos se apresuraron a pagar.
(6)OYÁRZUM, R.: Historia del Carlismo. Según este historiador, Cucala fue el más cruel de los jefes carlistas de este período, porque les partides no sólo vivían sobre el terreno. A veces fusilaban a liberales vencidos en sus encuentros.
Pues he llegit en el llibre nou d'història que no pareix que açí en Ayelo haveren estat molt tranquilets durant les Germanies, perquè molts moriscos del poble s'en van anar a Xàtiva a refugiar-se, i conta el cas d'un d'ells que era d'Ayelo i que els agermanats el van asesinar davant les muralles i a la vista de tots (pag 161).
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