Del jardí bell de València
és Ayelo ermosa flor
que escampa, arreu, les fragàncies
que despedeix lo seu cor
Miguel Ferrándiz . "Himne a Ayelo"


jueves, 3 de septiembre de 2020

EL DEAN ORTIZ Y SU PUEBLO NATAL DOS NARRACCIONES SUYAS SOBRE HECHOS OCURRIDOS EN AYELO (AIELO). (II part). Por Fernando Goberna Ortiz


2. Primera narración de Ortiz sobre un hecho ocurrido en Ayelo hacia el año 1753.

Dice Ortiz como en seguida se podrá leer, que ocurrió el hecho que narra ocurrido en Ayelo él era un muchacho. Como se recordará nació en Ayelo en 1739, y se trasladó a Valencia para continuar sus estudios en 1757 cuando contaba unos diecisiete años. Así que, el hecho que cuenta ocurrió sin duda en este período de su vida, y al referirse a que era un muchacho, es decir entre niño y mozo, cabe especular que el hecho debió ocurrir alrededor del año 1753, a sus catorce o quince años.

Reinaba en aquel año en España el rey Fernando VI (moriría en 1759 tras haber padecido en sus últimos años signos de trastornos mentales. Ese mismo año de su muerte le sucedería el gran rey Carlos III). Dos comentarios conviene hacer para entender mejor la narración de Ortiz, una el hecho de que los caminos en España eran recorridos en aquella época por un sinfín de personajes cuyo único medio de vida era vivir de lo que encontraran a su paso, era uno de los llamados males de la monarquía, y de ello hay múltiples testimonios y ejemplos más o menos novelescos. El otro comentario es a propósito de los cristianos cautivos de los moros, y es que, en contra de lo que se pudiera pensar, los conflictos de España con la costa de Berbería continuaban en aquellos años, y la piratería en aquellas aguas era muy activa subsiguientemente.

Los protagonistas de la narración van a ser dos de estos caminantes que en su recorrido por los caminos buscando los lugares en donde encon­trar el sustento del día, llegan a Ayelo; allí, por medio de una representación consiguen embaucar a las gentes del pueblo, entre las cuales se en­cuentran los ojos asombrados de Ortiz cuando era un muchacho. También es protagonista de esta historia, en cierta manera, el alcalde ordina­rio de Ayelo en aquel momento, lo cual merece un breve apunte.

Los cargos municipales que en esta época de régimen señorial formaban lo que se llamaba “consejo, justicia y regimiento” de la Baronía de Ayelo, eran los de alcalde ordinario, dos regidores y el síndico y procurador general, los cuales se reunían en cabildo o ayuntamiento. Estos cargos eran renovados anualmente a través de la pro­puesta que el común de vecinos hacía al marqués. El juramento de los nuevos cargos era a finales de diciembre para que fueran efectivos el año en­trante, y la ceremonia tema lugar en la casa- palacio del marqués (en aquel entonces D. Carlos Roca y Malferit) en presencia del alcalde mayor, que era de designación directa del marqués y por lo tanto su persona de confianza, y del escribano que dejaba testimonio escrito del acto. Yo he podido averiguar que en el año 1754 el alcalde ordinario era Juan Calabuig, los regidores Josef Exea y Bartolomé Sanz, y el síndico y procurador Francisco Vidal (2).

Esta narración de Ortiz que ahora paso a transcribir viene recogida entre las páginas 65 a 66 de esta cuarta edición de “El azote de tunan­tes”, dentro del capítulo VII de la obra dedicada a los “Acaptosos o Acaptivos”, los cuales son descri­tos por Ortiz al comienzo del capítulo (páginas 63 a 65) de esta forma:

“Llámanse Acaptosos por el captiverio o cautiverio y exclavitud que dicen haber pa­decido por mucho tiempo. Fíngense tener a sus padres, hermanos o hijos en poder de los moros, sarracenos o piratas, y van cogiendo limosnas para redimirlos. Muestran al pue­blo simple cartas supuestas escritas en len­gua medio arabesca y bárbara, datadas en Constantinopla, Túnez, Tetuán, Argel, Ma­rruecos, etc., en las quales sus fingidos hijos o hermanos les suplican con lágrimas soli­citen luego su rescate aunque sea mendigan­do. Pintan en ellas horrorosos tormentos, hambre, sed, frío, miserias, azotes y otras mil penalidades, únicamente por no rene­gar de nuestro Señor Jesucristo, de su San­tísima Madre y de los Santos. Refieren los que se fingen redimidos, los innumerables trabajos que en tantos años de cautiverio padecieron por los moros, enemigos del nom­bre cristiano. Que los atormentaban hicándoles alfileres entre las uñas y carne, metiéndoles en los ojos polvos de piedra infernal, con otros infinitos dolores y pena­lidades que saben inventar y tiene bien estudiadas de memoria. También cuentan el modo y uso que tienen moros y moras en sus bodas, fiestas, mezquitas, banquetes etc., lo más de lo qual es falso, inventado por ellos, o sabido por relación de otros casi siempre de invención propia.”


Y a continuación, Ortiz cuenta lo siguiente sobre un recuerdo que él tenía a propósito de esto: 

“Me acuerdo haber visto en mi lugar dos de estos Acaptivos, que con su escapulario de la redención al cuello corrían las calles invo­cando la piedad de los fieles para “aquellos pobres desventurados que habían estado 14 años en poder de moros y padecido las mayores miserias. “Acompañaban estos la­mentos con los golpes y rechinos de dos medias cadenas que llevaban ceñidas, afir­mando eran los menores con que habían sido cargados y atados por los moros. Hicie­ron en la calle una especie de farsa o entremes, que dixeron hacían los mahometanos en sus casamientos, y además, para consolar sus gargantas y estómagos con un buen par de tragos, pidieron vino para mostrar el uso de los Moros en sus convites. Llenaron sendos quartillos, y con ellos en la mano se hicieron mutuas inclinaciones, gestos y posturas extrambóticas, dando de quando en quando su besito al vaso, hasta dexarles enjustos. Era yo muchacho, y no sabía entonces que los mahometanos no pueden beber vino se­gún su ley; a lo menos no lo beben en público, y si bien lo beben ocultamente pecan contra el precepto de su falso profeta. Por consi­guiente, no pude cogerles en la trampa, ni hubo quien supiese más que yo; por el con­trario, todos se condolieron de ellos, y no sólo les dieron abundantes limosnas, sino que el Alcalde Ordinario les acompañó en questa o garrama, exhortando a todos a que alarga­sen las manos.” 

Fernando Goberna Ortiz
Programa de Festes 1992

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