2. Primera
narración de Ortiz sobre un hecho ocurrido en Ayelo
hacia el año 1753.
Dice
Ortiz como en
seguida se podrá leer, que ocurrió el hecho que narra ocurrido en Ayelo él era un
muchacho. Como se recordará nació en Ayelo en 1739, y se trasladó a Valencia
para continuar sus estudios en 1757 cuando contaba
unos diecisiete
años. Así que, el hecho que cuenta ocurrió sin duda
en este período de su vida, y al referirse
a que era un muchacho, es decir entre niño y mozo, cabe especular que el
hecho debió ocurrir alrededor del año 1753, a
sus catorce o quince años.
Reinaba
en aquel año en
España el rey Fernando VI
(moriría en 1759 tras haber padecido en sus últimos años signos de trastornos mentales.
Ese mismo año de su muerte le sucedería el gran rey Carlos
III). Dos
comentarios conviene hacer para entender mejor la narración de Ortiz, una el hecho de
que los caminos
en España eran recorridos en aquella época por un sinfín de
personajes cuyo único medio de vida era vivir de lo que encontraran
a su paso, era
uno de los llamados males de la monarquía, y de ello hay
múltiples testimonios y ejemplos más o menos novelescos.
El otro comentario es
a propósito de los cristianos cautivos de los moros, y es que, en contra de lo
que se pudiera pensar, los conflictos de España con la costa
de Berbería
continuaban en aquellos años, y la piratería en
aquellas aguas era muy activa subsiguientemente.
Los
protagonistas
de la narración van a ser dos de estos caminantes que en su
recorrido por los caminos buscando los lugares en donde encontrar el sustento
del día, llegan a Ayelo; allí, por medio de una representación consiguen embaucar
a las gentes del pueblo, entre las cuales se encuentran los ojos asombrados de
Ortiz cuando era un muchacho. También es
protagonista de esta historia, en cierta manera, el alcalde ordinario de Ayelo
en aquel momento, lo cual merece un breve apunte.
Los cargos municipales que en esta
época de régimen señorial formaban lo que se llamaba “consejo, justicia y regimiento” de la Baronía de Ayelo, eran los
de alcalde ordinario, dos regidores y el síndico y procurador general, los
cuales se reunían en cabildo o ayuntamiento. Estos cargos eran renovados
anualmente a través de la propuesta que el común de vecinos hacía al marqués.
El juramento de los nuevos cargos era a finales de diciembre para que fueran
efectivos el año entrante, y la ceremonia tema lugar en la casa- palacio del
marqués (en aquel entonces D. Carlos Roca y Malferit) en
presencia del alcalde mayor, que era de designación directa del marqués y por
lo tanto su persona de confianza, y del escribano que dejaba testimonio escrito
del acto. Yo he podido averiguar que en el año 1754 el alcalde ordinario era
Juan Calabuig, los regidores Josef Exea y Bartolomé Sanz, y el síndico y
procurador Francisco Vidal (2).
Esta narración de Ortiz que ahora paso a transcribir viene
recogida entre las páginas 65 a 66 de esta cuarta edición de “El azote de tunantes”, dentro del capítulo VII de la obra
dedicada a los “Acaptosos o
Acaptivos”, los
cuales son descritos por Ortiz al comienzo del capítulo (páginas
63 a 65) de esta forma:
“Llámanse Acaptosos por el captiverio
o cautiverio y exclavitud que dicen haber padecido por mucho tiempo. Fíngense
tener a sus padres, hermanos o hijos en poder de los moros, sarracenos o
piratas, y van cogiendo limosnas para redimirlos. Muestran al pueblo simple
cartas supuestas escritas en lengua medio arabesca y bárbara, datadas en
Constantinopla, Túnez, Tetuán, Argel, Marruecos, etc., en las quales sus
fingidos hijos o hermanos les suplican con lágrimas soliciten luego su rescate
aunque sea mendigando. Pintan en ellas horrorosos tormentos, hambre, sed,
frío, miserias, azotes y otras mil penalidades, únicamente por no renegar de
nuestro Señor Jesucristo, de su Santísima Madre y de los Santos. Refieren los
que se fingen redimidos, los innumerables trabajos que en tantos años de cautiverio
padecieron por los moros, enemigos del nombre cristiano. Que los atormentaban
hicándoles alfileres entre las uñas y carne, metiéndoles en los ojos polvos de
piedra infernal, con otros infinitos dolores y penalidades que saben inventar
y tiene bien estudiadas de memoria. También cuentan el modo y uso que tienen
moros y moras en sus bodas, fiestas, mezquitas, banquetes etc., lo más de lo
qual es falso, inventado por ellos, o sabido por relación de otros casi siempre
de invención propia.”
Y a continuación, Ortiz cuenta lo siguiente sobre un recuerdo que él tenía a
propósito de esto:
“Me acuerdo haber visto en mi lugar
dos de estos Acaptivos, que con su escapulario de la redención al cuello
corrían las calles invocando la piedad de los fieles para “aquellos pobres
desventurados que habían estado 14 años en poder de moros y padecido las
mayores miserias. “Acompañaban estos lamentos con los golpes y rechinos de dos
medias cadenas que llevaban ceñidas, afirmando eran los menores con que habían
sido cargados y atados por los moros. Hicieron en la calle una especie de
farsa o entremes, que dixeron hacían los mahometanos en sus casamientos, y
además, para consolar sus gargantas y estómagos con un buen par de tragos,
pidieron vino para mostrar el uso de los Moros en sus convites. Llenaron sendos
quartillos, y con ellos en la mano se hicieron mutuas inclinaciones, gestos y
posturas extrambóticas, dando de quando en quando su besito al vaso, hasta
dexarles enjustos. Era yo muchacho, y no sabía entonces que los mahometanos no
pueden beber vino según su ley; a lo menos no lo beben en público, y si bien
lo beben ocultamente pecan contra el precepto de su falso profeta. Por consiguiente,
no pude cogerles en la trampa, ni hubo quien supiese más que yo; por el contrario,
todos se condolieron de ellos, y no sólo les dieron abundantes limosnas, sino que
el Alcalde Ordinario les acompañó en questa o garrama, exhortando a todos a que
alargasen las manos.”
Fernando Goberna Ortiz
Programa de Festes 1992
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