La
devoción de los Mártires romanos enterrados en las Catacumbas encontró en el
Concilio de Trento tierra abonada para una rápida y múltiple expansión por
todo el ámbito eclesial católico. Y ello debido, sobre todo, a la eficaz,
respuesta conciliar a las tesis luteranas iconoclastas de la herejía
protestante. La Contrarreforma redescubrió el valor martirial de los
cristianos muertos por su defensa de su fe, y el providencial hallazgo o
redescubrimiento de las Catacumbas de Roma, al mismo tiempo que se promulgaban
las normas conciliares confirmaba lo que había sido decretado respecto al
culto que deberían recibir los cuerpos santos catacumbales. Fácil es imaginar el
trasiego que estos cuerpos santos iban a tener favoreciendo a todos los que
solicitaban reliquias de los Mártires, la extracción y distribución de cuerpos
santos duró unos tres siglos extendiéndose su culto por toda la iglesia católica.
Por
lo que respecta a nuestra Diócesis Valentina es necesario recordar dos famosos
Relicarios: el de la iglesia del Real Colegio de Corpus Christi y el del Real
Monasterio de la Trinidad. El primero fue voluntad personal de San Juan de
Ribera, con quien colaboraron distintos miembros de su propia familia y de la
nobleza; por lo que respecta al segundo, fue donación de la condesa de Cocentaina y de la Puebla en 1633. El primero
podemos contemplarlo aún gracias a Dios, mientras que del segundo sólo quedan
algunos relicarios'.
La
llegada de cuerpos de mártires romanos a la Diócesis de Valencia tuvo lugar
entre 1587 y 1846, iniciándose entonces un culto particular a cada una de las
poblaciones a donde fueron trasladados, con tanto arraigo que aún hoy
permanece vivo en la religiosidad popular de los feligreses. ¿Quién los trajo?,
a esta pregunta se ha de responder que las reliquias de cuerpos martiriales
llegaron a pueblos diocesanos, en su mayoría gracias a los franciscanos nacidos
en dichas poblaciones que se encontraban en conventos romanos. Tal es el caso
de Aielo de Malferit, Benifairó de Valldigna, Jarafuel, Pobla de
Farnals y Sagunt. Con estos artículos podremos
conocer la presencia de los mártires en la religiosidad popular valentina, y
su testimonio seguirá siendo semilla de nuevos cristianos.
En
las catacumbas de Santa Priscila, Via Salaria Nova, fue hallada el 7 de enero
de 1804 una tumba en la que se leía: “Corpus Engratii Martyris”, junto a un
vaso de vidrio teñido en sangre del mismo, resultando según el veredicto de
quienes lo extrajeron pertenecer a un joven de unos veinte años. El 29 de
diciembre de 1839 este cuerpo santo le fue entregado al padre José Soler,
guardián del convento franciscano de Sancti Quaranta, natural
de Ontinyent, a quien lo había solicitado D. Juan
Bta. Bataller cura párroco de Aielo de Malferit. Autenticadas
las reliquias por el Arzobispo de Valencia, fueron introducidas en una imagen
del Santo, en cuyo pecho se colocaron, trasladándose luego a la parroquia de
San Pedro apóstol de la mencionada población el 2 de agosto de 1840. La
noticia de la concesión de este cuerpo santo aparece anotada en el Quique
libri, libro de Bautismos, de este modo: “Ese día. siete de Marzo, se recibió
la noticia del Santo cuyo Cuerpo Santo se esperaba de Roma, en cuya memoria se
le puso el mismo nombre al primer niño que se bautizó Engracio Belda Vidal”.
En
1846 el citado D. Juan Bautista Bataller párroco de Aielo de
Malferit editó una “Novena al glorioso mártir romano San Engracio cuyo sagrado
cuerpo se venera en la Parroquial Iglesia de la Villa de Ayelo de Malferit”,
publicándose también en hojas en folio los “Gozos al glorioso San Engracio,
mártir romano" que entonan los fieles en la solemne jomada patronal
celebrada anualmente el día 7 de agosto, para que en espectacular “Baixà" es
trasladada su imagen al templo parroquial donde se celebra la misa solemne,
siendo devuelta al ermitorio del Calvario en la jornada del día siguiente. Las
reliquias del Santo Mártir fueron consumidas en el incendio producido en el
templo en 1936.
Religiosidad Popular Valentina
Rvdo.
Andrés de Sales Ferri Chalía
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