Del jardí bell de València
és Ayelo ermosa flor
que escampa, arreu, les fragàncies
que despedeix lo seu cor
Miguel Ferrándiz . "Himne a Ayelo"


viernes, 24 de julio de 2020

EL ORIGEN DE LAS FIESTAS PATRONALES (II PART), per Fernando Goberna Ortiz.


LA EPIDEMIA DEL CÓLERA MORBO LLEGA A LA VALL D'ALBAIDA.

Sello de la Alcaldía de la primera mitad del siglo XIX. (Todo parece indicar que es anterior al sello con la imagen del león).

El cólera era una enfermedad endémica desde antiguo en el subcontinente indio, espe­cialmente en el delta del Ganges. De esta región procedía las epidemias y pandemias que asola­ron el mundo en el siglo XIX. En España fueron cuatro las grandes epi­demias, la primera, que es la que nos ocupa, años 1833 a 1835, se cal­cula que ocasionó en to­da España unos 300.000 muertos (de esta epide­mia es de la que menos datos estadísticos se tie­nen), la de los años 1853-55, que ocasionó unos 236.000 muertos, la de 1865, que fueron 120.000, y la última en el año de 1885 (de ésta parece que es la tradi­ción oral que ha queda­do en Ayelo de lo rela­cionado con la Casa de la Por) que se estima fue­ron también 120.000 los muertos11.

La mejora de las comunicaciones favore­cieron durante el siglo XIX la propagación de estas epidemias, pues es la persona afectada la que va transmitiendo la enfermedad al conta­minar el agua y los alimentos, claro que en 1834 esto se ignoraba pensándose más en factores ambientales o climáticos (en 1883 fue cuando R. Koch vio sin ningún género de dudas al micros­copio que el causante era un microorganismo, el vibrión colérico, y en 1884-5 el español Ferrán preparó y ensayó una vacuna que se demostró efectiva). No obstante, se tomaban medi­das adecuadas de aislamiento de las poblacio­nes afectadas como ahora veremos, pero una vez desencadenada la epidemia poco se podía hacer, tan sólo esperar que pasara cuanto antes el período ascendente de contagio, que era cuando más personas quedaban afectadas, y llegara el descendente hasta que desaparecía la epidemia, dejando, eso sí, una horrorosa mor­tandad la mayoría de las veces.

De la enfermedad en sí, los folletos de la época describían que comenzaba por un perío­do de incubación o colerina en el cual el pacien­te notaba alteración en el pulso (fiebre), calam­bres en pies y manos, náuseas-vómitos, y diarreras sanguinolentas u oscuro-verdosas. Se re­comendaba entonces que, ante estos síntomas, sin pérdida de tiempo el posible afectado dejara todas sus tareas y quedara en cama adietándo­se, es decir tomando algún caldo ligero, si el pa­ciente era nervioso se aprovechaban las infusio­nes de manzanilla, salvia, tilo o luisa, para aña­dir algunas gotas de láudano (que desde anti­guo se usaba para dolores en general), a los fle­máticos, cuya lengua se presentaba sucia se ha­bía visto efectivo dar algún vomitivo como gra­nos de ipecacuana, o aceite mezclado con jarabe emoliente, tampoco se descartaba para los afec­tados pictóricos y jóvenes alguna evacuación de sangre, o sea sangría. Este período podía du­rar de forma variable algunos días, y curarse o pasar al período álgido que era el más peligro­so para la vida del paciente. En éste el cuerpo se enfriaba y cadaverizaba, apareciendo man­chas lívidas o azules por todo él, el pulso y la respiración se volvían débiles, el paciente se quejaba en el vientre de ráfagas de un fuego intolerable, calambres por todo el cuerpo y sed ardiente, aumentaban los vómitos y diarreras. Poco se podía hacer en este período, tan sólo calmar la sed con pedacitos de hielo en la boca, cucharaditas de agua azucarada y fría, cataplas­mas emolientes y cargadas de láudano en los si­tios de los calambres, y aumentar el calor del enfermo como fuera, y para esto se aconsejaba hacer baño de vapor dentro de la cama, o lo que se llamaba cauterizar la columna vertebral, que era poner a lo largo de ésta una tira de fra­nela empapada en iguales partes de aceite d trementina y amoniaco, pasando luego por encima una plancha bien caliente; y también, como remedio en esta fase desesperada se podía aplicar las socorridas sanguijuelas, que se recomendaba poner en la cabeza, colocando después trozos de hielo en las heridas. Si el paciente no moría su cuerpo comenzaba a reaccionar y a calentarse entrando en un período de convalecencia, pero aún en esta fase no estaba fuera de peligro pues se había visto que, a veces, de forma inopinada retrocedía al período anterior (12).

Esta epidemia que afectó a España en año 1834 se pudo seguir bastante bien desde origen en Asia, y sin duda fue favorecida por mejora de las comunicaciones como hemos dicho. Comenzó a detectarse esta gran epidemia en Asia en el año 1817 donde hizo estragos, pasó luego a Rusia y norte de Europa en el a 1829, luego a Inglaterra, Francia y Portugal sobre todo en los años 1831 y 1832, y desde este último país penetró en España afectando a Extremadura y Andalucía en el año 1833, aplacándose un poco para en junio de 1834 volver con fuerza y afectar el reino de Murcia y Valencia momento éste que es el que nos ocupa.

Con fecha de 17 de junio de este año 1834 llegaba a Ontinyent un oficio por vereda circular (es decir por la forma más rápida, utilizando senda y atajos), de la Junta de Sanidad de la ciudad de Sn. Felipe, o sea Xàtiva. Avisando que, en la población de Lumbreras, Diputación de Lorca, había aparecido una enfermedad desconocida cuyos síntomas hacían sospechar se tratase del cólera morbo. Era una noticia preocupante, y la Junta de sanidad de Ontinyent, como medida precautoria dado que no estaba confirmada la enfermedad, acordó colocar guardias en los caminos de la Villa que confinaran con los del Reino de Murcia. Pero el día 19 había llegado una carta particular de Orihuela en la que se informaba que en la ciudad había aparecido la enfermedad, la cosa empezaba a ser seria, y la Junta acordó poner guardias de sanidad en las cuatro puertas de la Villa.

Así las cosas, el 24 de junio se recibe en Ontinyent nuevas instrucciones del Gobernador Militar y Político de Sn. Felipe relativas a las medidas adoptadas para prevenir la posible epidemia. Se pretendía formar un cordón sanitario-militar que cubriera todas las avenidas y gargantas de la línea que corría de norte a oeste del Reino de Murcia, para dirigir la fuerza de militares y voluntarios que se encargarían de esa misión se nombraba al teniente coronel D. Nicolás Yrulegui, para lo cual tenían que cola­borar todas las justicias de los pueblos con el fin de facilitar cuantos auxilios fueran necesa­rios para cubrir todos los caminos que tuvieran comunicación con aquella zona declarada ya en estado de contagio; asimismo, deberían estable­cerse, caso de que no lo estuvieran ya, lazaretos en las poblaciones de Fuente la Higuera, Bocairent, Alfafara, Ayora, Enguera, Mogente y Ontinyent, para que ingresaran en ellos, y perma­necieran en observa­ción, todos aquellos via­jeros sin los permisos y pasaportes sanitarios; por su parte, las pobla­ciones en las que se de­clarara la epidemia que­darían incomunicadas con sus pueblos veci­nos, recomendándose que los pueblos se lim­piaran el interior y exte­rior de los edificios y casas, y que todos se su­jetaran a alimentos sa­nos y de buena calidad, esperándose contar con la ayuda de las Juntas Parroquiales para la atención y ayuda económi­ca a los enfermos. Dado que, como hemos di­cho para entonces ya se había publicado en el Boletín Oficial la incorporación a la Provincia de Alicante de Ontinyent y los pueblos que an­tes hemos mencionado, entre ellos Ayelo, el Ayuntamiento de la Villa consultó al Gobierno Político y Militar de Alicante sobre si debía de recibir comunicaciones de allí o de Sn. Felipe, a lo que se le contestó que, por supuesto de aquel gobierno provincial13, pero dadas las circuns­tancias de aquel crítico momento poco iba a im­portar porque a pesar de todas estas medidas, la epidemia comenzó a llegar ya a poblaciones muy cercanas.

Y así fue, pues a principios de julio apare­cen casos en Caudete, Yecla, Albaida y Adzaneta y comienzan a llegar informes sobre pueblos afectados. El 9 de julio, de Cofrentes se informa de algunas muertes ocasionadas por la enfer­medad, pues ese día mueren madre e hija en una misma casa, y los días 11 y 16 el marido de aquella y una hermana en otra, habiéndose ad­vertido que unos segadores procedentes de Ye­cla de paso por el pueblo habían manifestado síntomas, de los cuales murió uno de ellos en el campo no lejos de la población. En Manuel, lo­calidad a cinco cuartos de luega de Sn. Felipe, el día 11 se contaban tres primeros casos, uno de ellos en una casa donde se habían alojado unos cómicos de la legua, segundo en otra don­de se habían admitido viajeros procedentes de Albaida, presa entonces de la enfermedad, y el tercero el de una mujer que traficaba en contra­bando14, pronto sería afectadas la misma Xà­tiva, Canals y otros pue­blos de la Costera.

En Ontinyent de momento no aparecen casos, aunque se recibe información de que, en Albaida, Caudete y Ye­cla. La epidemia se va extendiendo, la cual ha­ce que en el cabildo del Ayuntamiento de 17 de julio se trata seriamente del posible contagio de la población, pidiéndo­se a las comunidades religiosas que organiza­sen rogativas. El momento más crítico es, sin embargo, alrededor del 24 de julio, pues ese día en cabildo extraordinario se señala que en estas poblaciones de Albaida, Caudete y Yecla el có­lera está haciendo estragos15.

Efectivamente coinciden estos días con el mayor número de afectados en Albaida y Adzaneta que serán las dos poblaciones más afec­tadas por esta epidemia de cólera en la Vall d'Albaida. En Adzaneta, por ejemplo, del 26 de julio al 31 de agosto se contaron 73 muertes por la enfermedad16.

Para entonces sufrían la epidemia muchos pueblos valencianos, entre ellos Alzira, Carcagente, Carlet, Cullera y Sueca, y hacia el inte­rior Bicorp, Teresa, Jarafuel y Jalance. En Valen­cia capital se detecta un primer caso el 3 de ju­lio, día en el que es ingresado en el Hospital General un presidiario procedente del depósito del Grau, no habiendo novedad hasta el 22 de julio día en el que se añaden varios casos más, pero es en agosto cuando la epidemia ad­quiere más fuerza, el día 10 se contaron 39 muertes aumentando en días sucesivos, sien­do el peor el 23 de agos­to con 226 muertes, des­cendiendo luego lenta­mente hasta septiembre (mes en el que afectó a las poblaciones del Va­lle de Sagunto tam­bién), noviembre, di­ciembre e incluso enero, siendo la cifra total de muertos por esta epide­mia 5427, y esto sólo en Valencia capital17.

A todo esto, ¿qué pasaba en Ayelo en aquellos aciagos días?, para saberlo contamos con el inestimable relato del párroco de entonces Juan Bautista Bataller.


Fernando Goberna Ortiz 
Programa de fiestas 1995
(II part )

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