Transcurría el mes de mayo de 1945. Cuando el azar de la vida tuvo la ocurrente idea de dotarme con el privilegio de unir mi vida hermanada a la hospitalidad fraternal que caracteriza a todos los Ayelenses. Nadie me conocía, ni yo conocía a nadie. Me acogieron con pacífica cordialidad y buenas intenciones de asilo, protección y amparo. Más mi carácter abierto y sociable, pronto se encontró rodeado de muchos y buenos amigos.
Y como dice el refrán: «Si el nacer es fácil, más fácil es adjuntarse». Como el «hobby» de mi vida permanentemente siempre ha sido el juego de pelota, no fue difícil encontrar correligionarios en un pueblo como Ayelo en que el deporte local era por excelencia favorito el juego de pelota.
Antes de la guerra, Aielo contaba con grandes figuras y entre ellas se destacó Joaquín Bataller, conocido en todo el orbe de la pelota con el mote de «El Gallinero de Ayelo» (recientemente fallecido). Se jugaba a «Llargues», y en el saque sobreseía «Batalla». A galocha, había unos buenos restos, como fueron Salvoret de Pau, Botero, Rullete, Guitarró, Ramón de Maquinero y otros, aunque ninguno llegó a ser primera figura. Lo que más predominó fue la modalidad de «Raspall». Había unos buenos jugadores como fueron, Amadeo, Molina, Leandro, Barrera, Brial, Porró, Honorio, los hermanos Coca, los Coll, los Lluentins y otros.
Para jugar todos tenían que pagarse las pelotas, las betas, guantes y dedales. En cambio, si fuese ahora, con las mismas cualidades, muy bien podrían muchos de ellos, vivir holgadamente del deporte. Y creando al mismo tiempo una afición ascendente. A todos estos aficionados daba gloria verlos jugar con codicia y bravura, empleando siempre el máximo esfuerzo, porque querían alcanzar el altanero orgullo de vencedor. A ellos no les preocupaba el dinero, esto materialmente nada significaba, pues la mayoría de las veces el gasto lo pagaban entre todos a porroteo. Era costumbre que el vencido pidiera revancha al vencedor, cosa que gentilmente siempre obtenía. Se combatía con ardor, porque sentían la gallardía de vencer, sin preocuparse de egoísmos interesados. La calle se llenaba de apasionados admiradores, que únicamente contribuían con aplausos o críticas.
Con este ambiente, se mantuvo la afición permanente con una latente ilusión, hasta que diez años después se edificó el patronato. Y para satisfacer las aspiraciones del sentir popular y cubrir las necesidades del deporte, se construyeron las murallas, los frontones y la escalera del trinquete (más tarde se pavimentó el piso). Como todo el grupo pertenece a la iglesia, don Juan Sanchis, que era el cura párroco en aquella fecha (pues estuvo aquí 20 años) tuvo la gentil deferencia de considerarme el más apto para el desempeño de la administración empresarial del trinquete, y declinó en mí la ardua labor de una orientación organizada.
Yo, considerando que solo me sería difícil el poder atender bien el trajín de las múltiples obligaciones, resolví buscar ayuda en unos compañeros y estos fueron, don Ramón Belda «Ramonet el pesaor» y don José Martínez «Molina». Constituida la sociedad se inauguró el día de Reyes de 1955. Emprendimos la tarea de enfocar el deporte en una línea de nivel ascendente, sin preocuparnos del lucro ganancial. Nuestros emolumentos fueron poco gratificantes, porque la empresa no ambicionaba conseguir ganancias egoístas, sino prestar un servicio desinteresado a la afición. Por eso se cobraba en un partido a 25 tantos 50 pesetas y el 5 % de las apuestas. Entonces el juego era aguerrido y noble y las calles se llenaban con una entrada libre; pero como el gasto entre la compra de pelotas y el costeen el trinquete era similar, todo el público prefirió acudir a jugar en la cancha, por ser más cómodo y menos molesto.
Pero, paradojas de la vida, ahora jugadores que no saben ponerse el guante, ni liarse los dedos cobran por jugar miles de pesetas y si no tienen mucha «Estella» en toda la tarde no acuden a la pelota. Este sistema no es encomendable, porque este petulante comportamiento, produce tal animadversión, que mata la ilusión de todos los más acérrimos aficionados y despeja el estímulo de las posibles apetencias entre los que son neófitos y simples aficionados. De continuar con esta insidiosa táctica que causa la pesadumbre de un verdadero suplicio para todos los verdaderos amantes de este deporte. De no cambiar esta denigrante actitud por otro método de mayor estímulo, este proceder acabará descentrando todos los estamentos de la pelota.
Félix Llopis Bella
Programa de Festes 1985
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