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lunes, 28 de marzo de 2011

Recuerdos de un médico de Ayelo de Malferit (I)





Un día dos de febrero de ahora hace cincuenta años llegué por primera vez a Ayelo. Era el año 1940, yo tenía treinta años, y venía a ocupar, de forma interina, una plaza de médico titular que estaba vacante. El aspecto que ofrecía el pueblo entonces era el de la miseria y desolación propias de la postguerra.

Pero antes de continuar, he de relatar los hechos anteriores de mi vida, y las circunstancias por las cuales vine de médico a Ayelo.

Nací en Casas Ibáñez (Albacete) en 1909; de allí era mi madre, siendo mi padre un comerciante de origen catalán que se había establecido en dicho pueblo. La familia llegó a ser numerosa, pues fuimos diez hermanos (yo el séptimo), más otro hermano mayor que murió sin yo llegar a conocerle.

Entre los recuerdos que tengo de los primeros años de mi vida, están los de haber viajado en diligencias de caballos en su trayecto desde Casas Ibáñez a Requena, con parada en el pueblo de San Isidro en donde estaba la posta para cambiar el tiro de cuatro caballos que llevaban; luego se tomaba el ferrocarril en Requena para ir a Valencia, pues lo cierto es que la vida de Casas Ibáñez y los pueblos de alrededor se dirigía por entonces casi más a Valencia que a la propia Albacete.

Mis primeros estudios los hice, por lo tanto, en Valencia: en la academia Cavanilles que estaba en la calle del Palau; aunque esto duró poco tiempo, ya que luego los continué en una academia de Albacete que regentaba un maestro llamado D. Macedonio.


En la academia de D. Macedonio en Albacete (hacia 1924). Yo soy el primero por la izquierda en la fila de arriba

Decidido a estudiar la carrera de medicina, hice el preparatorio de ciencias en Murcia, para en el año 1926 trasladarme a Madrid en donde formalicé la matrícula del primer curso en la facultad de medicina de San Carlos.

La facultad de medicina de San Carlos contaba en aquellos años con extraordinarios profesores, y de los de primero y segundo curso (que fueron los que yo estudié en esta facultad), puedo citar al Dr. Negrín en fisiología (luego fue presidente del gobierno de la República durante los años de la guerra), y al Dr. Tello en histología, el cual había sido discípulo de D. Santiago Ramón y Cajal.

En Madrid me hospedaba en una pensión de la calle del Pez, desde donde iba diariamente a la facultad. Por entonces, los estudiantes estaban llevando a cabo un serie de manifestaciones y huelgas en contra de la dictadura de Primo de Rivera, hechos de los que fui testigo. Como consecuencia de todo esto se clausuró la universidad de Madrid por orden gubernativa en el año 1928, y esta es la razón por la cual tan sólo pude estudiar los dos primeros cursos en esta facultad, ya que, por consejo de mi padre, decidí continuar la carrera en Barcelona.


La antigua Facultad de Medicina de San Carlos en las calles Atocha y Santa Isabel de Madrid. En la actualidad alberga el Instituto Nacional de Administraciones Públicas y elColegio Oficial de Médicos. (Foto: Carlos Viñas)

Así pues, en 1929 me trasladé a Barcelona para matricularme en el tercer curso de medicina de aquella universidad. También contaba la facultad de medicina de Barcelona de entonces con un renombrado grupo de profesores; tales como D. Agustín Pedro Pons en patología digestiva, el Dr. Pi y Suñer en fisiología, los hermanos Trias (Joaquín y Antonio) en cirugía, y el Dr. D. José María Baltrina en urología (discípulo suyo fue el Dr. Antonio Puigvert). También hay que decir que, además de ser excelentes profesores, casi todos eran muy catalanistas y daban bastantes clases en catalán, lo cual significaba una dificultad añadida en mis estudios.

El ambiente de Barcelona era por entonces también de gran agitación social. Yo residía en una pensión de la calle Valencia, y recuerdo como, junto con otros estudiantes, iba a comer a una casa de comidas llamada Andreu que estaba en la misma calle Valencia esquina a la de Aribau, cuyo dueño nos trataba de forma familiar, haciéndonos el favor de dejar la persiana de su establecimiento no bajada del todo para que pudiéramos pasar a comer en los días de huelga general tales como el 1º de mayo.

Mi primera tarjeta de colegiado al acabar la
carrera de medicina
Entre 1930 y 1931, mientras estudiaba el cuarto curso de medicina, realicé el servicio militar como soldado de cuota (es decir con la instrucción militar previamente aprendida) en el regimiento de montaña de Montjuich. Estando allí ocurrió, a finales de 1930, la sublevación militar de Jaca en favor de la república; nuestro regimiento estuvo acuartelado y a punto de salir para ayudar a sofocar la rebelión, cosa que no llegó a ocurrir porque la misma duró muy poco (poco después fueron juzgados sumariamente los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández por aquellos hechos, siendo fusilados a continuación convirtiéndose así en unos mártires de la República). El 14 de abril de 1931 se proclamaba la Segunda República Española, y recuerdo como en el patio de armas del regimiento estábamos en formación para el cambio de la bandera monárquica por la republicana, cuando, en un momento determinado de la ceremonia, pude escuchar (yo era sargento entonces) que un teniente le decía por lo bajo a un capitán: "¡para lo que va a durar esto!" todo un augurio de lo que luego pasaría. Hice, pues, el servicio militar siendo soldado de la Monarquía, para terminar siéndolo de la República.

Durante los dos últimos cursos de la carrera fui ayudante interno en el hospital de la Santa Creus y Sant Pau. Allí hacíamos guardias médicas un grupo de estudiantes que estábamos a punto de terminar la carrera, cobrando por esto 40 pesetas al mes, y, además, con la oportunidad de aprender de las enseñanzas de prestigiosos profesionales de la medicina, como era el caso del Dr. Corachán, famoso cirujano que era natural de la localidad valenciana de Chiva, en donde comenzó sus estudios siendo un simple barbero (discípulo suyo fue el Dr. Trueca). Precisamente, un hijo del Dr. Corachán llamado Manuel fue compañero mio por entonces en este hospital (luego moriría en la guerra siendo médico-militar), como también lo fue el Dr. Barceló, conocido reumatólogo. Entre los recuerdos que tengo de mi asistencia a este hospital están los de ver la pobreza de los andaluces y castellanos que llegaban a Barcelona para mejorar sus condiciones de vida, muchos de los cuales, cuando enfermaban, eran atendidos allí.

La carrera de medicina la terminé en 1933, y a continuación me inscribí en el Colegio de Médicos de Valencia, así como también en el de Albacete. Mi primer trabajo como médico fue en Alborea, durante seis meses de forma interina, y esto fue a instancias de mi padre que tenia allí algunas amistades. Luego estuve también varios meses en Millares como médico de los trabajadores de la Hidroeléctrica. Ya en 1935, volví de nuevo a Barcelona para realizar un curso práctico para sanitarios en el Instituto Provincial de Higiene de esta ciudad, por el cual, una vez aprobado, ingresé en el escalafón de A.P.D. (Médicos Titulares de Asistencia Pública Domiciliaria) con fecha de 1 de marzo de 1935.


Hospital de la Santa Creu y Sant Pau en Barcelona. Edificio modernista del arquitecto Lluís Doménech, se acabó de construir en 1929 y actualmente presta servicio como hospital universitario. (Foto: Údiga.Revista Multitemática Virtual)

Sin embargo, mi intención era obtener también el título de doctor, por lo que, en este mismo año de 1935, volví de nuevo a Madrid para realizar allí el curso de doctorado. Este curso lo daban personalidades tan importantes como el Dr. D. Gregorio Marañón (la endocrinología), el Dr. Gustavo Pitaluga (la parasitología tropical), el Dr. García del Real (la historia de la medicina), y el Dr. Peña (la urología).

La tensión política se iba incrementando en Madrid notablemente por aquellas fechas, sobre todo después de las elecciones de febrero de 1936 en las cuales ganó la coalición del Frente Popular. Yo residía en una pensión de la plaza de Pontejos (detrás de Gobernación), en la cual estaba también el cuartel de los guardias de asalto (cuerpo de policía creado por la República); pues bien, era tal la controversia política que existía entonces, que llegamos a decidir en la pensión no hablar nada de la situación del país para evitar las continuas discusiones. De entonces recuerdo, por ejemplo, el haber visto en la calle Fuencarral como venía un grupo de violentos falangistas, y al cruzarse con ellos dos jóvenes que probablemente les dijeron alguna cosa, la emprendieron con ellos a golpes hasta darles una paliza; o también otro día (creo recordar que fue en aquellos días de febrero en los que se conoció el resultado de las elecciones), salíamos mi amigo Ángel Nogales y yo del hospital de la Cruz Roja que estaba en la calle de Cuatro Caminos, cuando vimos en la plaza del mismo nombre una gran humareda que provenía de un convento de monjas de clausura al que unos incontrolados habían prendido fuego. Asimismo, recuerdo haber visto desfilar en aquellos días por el paseo de la Castellana a las Juventudes Socialistas Unificadas.

.../... continuará

Raimundo Goberna. Opúsculo publicado por el Ayuntamiento de Aielo de Malferit en 1990.

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