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domingo, 5 de septiembre de 2010

El absentismo escolar en el Ayelo de 1908 visto por D. Leonardo Carreres, maestro del pueblo.


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D. Leonardo Carreres con un grupo de niños en la década de 1910, cuando las escuelas estaban en la Plaza del Palacio. Foto: Arxiu Fotogràfic Biblioteca Degà Ortiz. Maruja Carreres.



MEMORIA TÉCNICA POR D. LEONARDO CARRERES Y LIÑANA. MAESTRO SUPERIOR, SUSTITUTO DE LA ESCUELA ELEMENTAL DE NIÑOS DE AYELO DE MALFERIT.
Dotada con 825 pts. 1908*.

Se ha dicho y se repite todos los días que los maestros son los principales culpables del atraso intelectual en que se halla sumida nuestra patria; se nos ha tratado de ignorantes y se ha puesto en duda nuestra aptitud haciéndonos responsables del analfabetismo imperante, sin tener en cuenta para nada los sacrificios, los trabajos, los disgustos y la infinidad de contratiempos que tan a menudo suelen atajar el camino del educador, cortando en flor sus más bellas esperanzas y frustrando el éxito del ímprobo trabajo.

Muchos son los obstáculos que dificultan la labor pedagógica en la escuela pero no cabe duda que el principal de todos, porque los lleva todos englobados en sí, es el relativo a la asistencia escolar.

Para tratar esta cuestión cual se merece, aunque yo por mi insuficiencia e inexperiencia no logre tal objeto, atenderemos principalmente a dos puntos: primero, falta de asistencia y segundo, irregularidad en la misma, tratando en cada uno de ellos de las causas que lo motivan y exponiendo los medios más adecuados para remediarlos.

La falta de asistencia

Generalmente el analfabetismo en los pueblos proviene de la falta de asistencia de los niños a la escuela y así se nota que en la mayoría de ellos la matrícula no llega al cincuenta por cien de lo que corresponde según el censo de población escolar. De ahí proviene el lamentable atraso de cultura que se nota en las bajas clases sociales, y del que injustamente se pretende hacer responsable a los Maestros.

La causa de este mal social, porque de tal puede tacharse, creen verla algunas en la necesidad que tienen los padres, atendida su pobreza y falta de recursos, de valerse de sus hijos en los trabajos del campo, y de que les ayuden a ganar el mísero jornal con que cubren sus necesidades.

Nada de esto, si se para bien la atención en lo que sucede en nuestros pueblos, claramente se verá lo errado de tal aseveración. No digo yo que en algunos casos tal suceda, pero estos son los menos, y puedan ocurrir cuando el niño está ya en condiciones de saber perfectamente leer y escribir. ¿Qué utilidad dan a sus padres la multitud de muchachos vagabundos que a todas horas se ven por las calles y afueras de los pueblos?. ¿Qué ganancias e intereses pueden reportar a una casa un niño menor de diez años?. No sacará de apuros a un padre de familia el poco trabajo que pueda obtener de sus tiernos hijos y en cambio ¡cuántas inteligencias perdidas! ¡Cuántos talentos abandonados! ¡Cuánta margarita oculta y menospreciada, cuanta infelicidad y cuanta ignorancia!. Si hay casos, que los hay, en que los padres necesitan de la ayuda de sus hijos, bien por los negocios a que se dedican, bien por su pobreza y falta de recursos, nadie negará que hasta los 10 años, por lo menos, ningún niño es capaz de hacer nada útil y serio en beneficio de los autores de su vida, porque ni su desarrollo físico, ni la natural propensión a la distracción y al juego les permiten hacer otra cosa. Además los trabajos que ordinariamente se suelen encomendar a niños de esta edad pueden muy bien hacerlos fuera de las horas de clase.

El niño que a los seis años ingresa en la escuela y asiste asiduamente a clase, a los diez años puede muy bien saber leer con corrección, escribir medianamente y algo de cuentas, lo que le quita ya la cualidad de analfabeto a no ser un niño anormal, y entonces, a los diez años, si el padre siente verdadera necesidad de trabajo del hijo y lo saca de la escuela bien puede ayudarle sin daño grave en su instrucción. Así es que sólo los niños mayores de diez anos pueden en algunos casos excusar su asistencia a la escuela.

Las verdaderas causas que motivan el asunto que estamos tratando son estas: la incuria de los padres que a todo atienden menos al verdadero bien de sus hijos, y así vemos como nada les preocupa lo que hacen los seres inocentes que Dios puso bajo su tutela, importándoles un ardite su porvenir, criándolos poco menos que como se crían las bestias, aguardando con impaciencia el momento en que la pobre criatura puede hacer algún pequeño esfuerzo para ponerlo enseguida en explotación, como si fuera una máquina y no un ser racional a imagen y semejanza del Autor de la Naturaleza. Y como los padres no se cuidan de mandar el niño a la escuela este, ávido de libertad, tampoco se toma la molestia de ir, unas veces porque ignora lo que sea esto y otras por aversión que le da aquella cárcel que no tiene para él ningún atractivo o por el miedo
que le causa el Maestro.




Y aquí estamos ya de lleno en otro de los motivos que impiden la asistencia escolar. La falta de edificios suficientes y adecuados y con ello la carencia de Maestros, es causa bastante para limitar el número de niños asistentes a las Escuelas. Supongamos por un momento que los padres de familia convencidos de la necesidad de la educación e instrucción dieran en mandar a sus hijos a la Escuela o las autoridades celosas de adelanto intelectual de los pueblos obligaran a los padres a cumplir este deber respeto a sus hijos ¿dónde se iban a colocar tantos niños? ¿Quien los habría de instruir ? de aquí se desprende que no son los únicos y principales culpables los padres del estado de ignorancia y atraso en que viven sus pobres hijos.

Una ley de protección a la infancia y enseñanza obligatoria, basada en principios equitativos y de conveniencia social y llevada a la práctica varonilmente, es el principal medio para fomentar la asistencia escolar, pero antes de promulgar la ley hay que levantar edificios escolares que reúnan las condiciones de pedagogía, higiene y estética indispensables para llevar a cabo la labor educativa según enseñan los más modernos tratados de la ciencia de la educación: hay que dotar a estos edificios del material suficiente y de los profesores necesarios según las necesidades de cada localidad y también hay que dar a conocer al pueblo por todos los medios posibles, la necesidad e importancia de la educación e instrucción en todos los estados y momentos de la vida; como estos convienen a todos los individuos y clases sociales y hacer ver a los padres la obligación que tienen de procurar el bienestar de los hijos con un porvenir de paz y ventura por medio de una sólida educación y una vasta instrucción.

Sólo así será bien recibida del pueblo esa ley bienhechora y concurriendo todos, autoridades y vasallos, a cumplirla y hacerla cumplir, veremos nuestras escuelas concurridas, la labor del Maestro remunerada, sus esfuerzos coronados de óptimos y abundantes frutos, y entonces será cuando desapareciendo el analfabetismo surjan días de gloria para nuestra querida Patria.


D. Leonardo Carreres, toda una vida dedicado a educar a varias generaciones de ayelenses. Foto: Arxiu Fotogràfic Biblioteca Degà Ortiz. Maruja Carreres.


La irregularidad en la asistencia

Descartados los niños que por motivos más o menos lícitos no asisten a la Escuela vamos a estudiar brevemente las causas que originan la irregular asistencia de los que se hallan inscritos en el Libro de matrícula.

No cabe duda que lo que más desespera a un Maestro que tenga bien organizada su Escuela es el ver los bancos vacíos y no por la falta que puedan hacerle los niños, pues demasiado se sabe que siempre tiene que atender a más de los que racionalmente le corresponden, sino porque estas faltas suelen interrumpir la buena marcha escolar y entorpecer el plan propuesto.

Por desgracia los Registros de Asistencia de nuestras Escuelas acusan una irregularidad tan grande, principalmente en ciertas épocas del año, que parece imposible que de ese modo puedan los Maestros obtener ningún buen resultado en la enseñanza. Sólo la paciencia, constancia y abnegación pueden producir los frutos, ya que no abundantes, bien sazonados, que se cosechan en nuestros centros de enseñanza. ¿Quien se atreverá a negar que este sea el obstáculo más grande que se opone a los esfuerzos y buena voluntad del pedagogo español?. Con esa asistencia es de todo punto imposible obtener resultados satisfactorios. ¡Y luego se acusa al Maestro de holgazán e ignorante porque en los diez largos meses de trabajo por su parte y cuatro escasos de asistencia por parte de los discípulos no saca licenciados y doctores en todas las ciencias!.

Veamos, pues, que causas son las que entorpecen la asistencia escolar.

La primera de todas es la despreocupación de los padres que no se les ocurre mandar sus hijos a la Escuela más que cuando no pueden soportar sus impertinencias; entonces toman al Maestro por un niñero y la Escuela por un depósito de niños.

En el tiempo que llevo al frente de esta Escuela he tenido el disgusto de observar mucho sobre esto. Cuando el niño tiene de cinco a seis años, que no aprovecha para nada y en el hogar sirve de impertinente estorbo, la madre lo lleva a la Escuela y queda matriculado y entonces si que se tienen mucho cuidado en que asista para que cargue el Maestro con todas las impertinencias y quedar libre la madre de cuidados. Pero cuando el niño ya toma gusto por la escuela, cuando el Maestro empieza a obtener algo de él, entonces ya no asiste más que en días lluviosos o fríos, cuando no puede ir con su padre al campo o a recoger basura por los caminos y ha de estar haciendo diabluras en casa. En mi escuela ha ocurrido el caso de presentarse en tiempo de lluvias individuos que ni estaban matriculados ni les conocía de vista tan solamente. ¿Qué idea tienen esos padres y madres de lo que es la Escuela, el Maestro y la educación?. Como los padres se preocupan tan poco de la educación e instrucción de sus hijos estos no tienen el mayor interés por ello y siempre encuentran pretexto para faltar a clase, aún aquellos niños cuyos padres más se interesan por su educación. Y ¿por qué?. La razón es sencilla: el niño siente aversión a la escuela y hay que confesar que tienen sobrados motivos para ello. Nuestras Escuelas no merecen el nombre de tales: son calabozos donde se encierra la tierna juventud deseosa siempre de vida y libertad; locales estrechos, sin luz, sin ventilación, sin higiene, donde se respira veneno en vez de oxígeno, donde a las criaturas se las obliga porque es preciso, en la edad que necesitan más aire, más movimiento, más vida, a permanecer largas horas encerrados, en silencio, sin movimiento, sin aire y sin vida, y esto repugna a su Naturaleza y de ahí esa propensión del niño a huir de la Escuela.

Contra el abandono de los padres hay que oponer, como antes se ha dicho ya, la ley, ley que obligue, que fuerce, que castigue a los que no la cumplan. Esta ley obligará también a los hijos que de grado o por fuerza habrán de acatarla.

El medio para combatir la repugnancia que el niño siente por la Escuela es más costoso, pero es preciso ponerlo por obra si es que de veras se quiere el progreso e ilustración del pueblo.



Edificios-escuelas grandes, higiénicos, con luz y aire, patios, jardines y agua abundante; pedagógicos, con material suficiente, nuevo y variado; estéticos, bellos, hermosos ... es lo que hace falta en todas partes. Así es como el niño tomaría gusto a la Escuela y acudiría a ella con placer, a pesar del abandono de sus padres. Entonces no sería ya la Escuela calabozo y lugar de tormento para los niños, sino todo lo contrario: libertad, aire, luz, vida, todo lo encontraría allí su tierna naturaleza.

El niño ama lo bello, quiere libertad, busca el juego, en el movimiento está su vida, su placer es correr, saltar y gritar y todo esto debe encontrarlo en la Escuela, que ha de ser lugar de recreo, no suplicio y espantajo de niños.

Con buenas leyes y con buenos y abundantes edificios escolares está solucionada la cuestión de la asistencia a las escuelas, y con ella la del analfabetismo. Esta plaga social que tanto nos degrada a los ojos de la Europa desaparecería como por encanto y pronto volveríamos a ser lo que fuimos: aquel pueblo grande ante quien se postraban todas las naciones de la tierra.

¡Imitemos a las grandes naciones para salvar el descrédito en que hemos caído!

Leonardo Carreres Liñana. Ayelo de Malferit. Agosto de 1908.

*Transcripción hecha por Carmen Agulló del original conservado en el Arxiu de la Diputació Provincial . E. 9.3.15 Caja 5.

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