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jueves, 6 de mayo de 2010

AYELO NO ES SOLO LO QUE SE VE



Resulta muy difícil escribir, y mucho más escribir breve y bien, sobre aquellas cosas o personas que se tienen demasiado metidas en el corazón. No solo lo que se vé, sino lo que se siente, lo que se recuerda, lo que se evoca y lo que se imagina uno, todo quisiera poder expresarse cuando nos referimos a algo muy querido, ya que amamos el conjunto y no las partes, unas sí y otras no.

Por eso, a quienes queremos entrañablemente a Ayelo y vemos en las fiestas patronales la más fuerte expresión de sus tradiciones nos resulta casi materialmente imposible realizar en un breve espacio una exposición de lo más saliente en la villa y en sus fiestas. Esto lo puede hacer mejor un extraño, utilizando cifras incluso, para resaltar la evolución, la riqueza, las construcciones, los presupuestos y los proyectos. Nosotros llenando un tomo del tamaño del Espasa no nos quedaríamos aún satisfechos, ya que todo lo que compone y contiene el pueblo, su pasado y su presente, nos es igualmente querido.


... me crié jugando y corriendo por todos
los rincones y callejas del pueblo.

A mi me enorgullece y me alegra la prosperidad, la riqueza y la renovación de Ayelo, pero no puedo evitar que mi corazón distinga con el mismo amor a lo que pudiéramos llamar su pobreza o su humildad, pues si nací en una casa determinada, me crié, en cambio y eso es lo importante, jugando y corriendo por todos los rincones y callejas del pueblo. Y me parecería una injustícía hablar del Ensanche o los barrios nuevos sin mencionar el Fondo, el Arrabal, las Eras o la Barseloneta. Me resultan admirables las plantaciones de frutales, las espalderas de rossetti y los campos de barbados, pero me gustan y quiero mucho a los centenarios algarrobos, oscuros, solemnes y, dicen, que poco productivos. 

Asombra ver hoy cuantos automóviles circulan por las calles de Ayelo y como entran y salen los grandes camiones, demostrando nuestra pujante economía y riqueza; pero recuerdo con nostalgia el pueblo tranquilo, soleado y sereno de mi niñez, con las recuas de burros y los ganados de cabras entrando al anochecer, con el viejo tío Canana el "Pesaor" inolvidablemente sentado a la entrada de su "escalera", la romana y la barra en la pared, esperando al raro cliente que requiriera su servicio. Y junto a las numerosas y bien instaladas tiendas de hoy, el escaso comercio de entonces reducido al mercado de los miércoles, las casas de Honorio y de Lloca, Doloretes Cominero para los niños y la venta callejera de "endivia, ensisáms y alls tendres".

Hablar de Ayelo, sería para mí referirme a todas esas cosas y a mil más, igualmente evocadoras y queridas en unión de las actuales vivas y palpitantes.

Respecto a las Fiestas del Cristo me ocurre lo mismo, es decir, que no me considero capaz de reducirme a hablar de la brillantez de los actos cívico-religiosos, de la misa y del predicador, de la solemne procesión, de los fuegos y de los pasacalles. Hablar de las fiestas es para mí referirme a lo que acontece en las casas muchos días antes cuando las mujeres se afanan pensando en los días grandes, limpiando armarios y vesares y colocando papeles y cenefas nuevas, cuando se pintan y encalan los interiores y las fachadas, cuando se friegan las puertas y sus dorados llamadores, cuando se encargan trajes, cuando se empiezan a recoger los huevos para las pastas y cuando llega la elaboración de toda esa suculenta variedad de dulces caseros: "malenetas", "carquiñols", rollitos, mantecados, tortas de almendra, etc. que van al horno en las "llandes" y vuelven, oliendo a gloria, para producirnos inevitablemente la indigestión de todos los años. Y se barniza y se polimenta y da brillo a todo. Se prepara el cuarto para el músico y los de los forasteros que han de venir.

Las fiestas tampoco terminan con el último estampido del castillo o la "cordá". Queda aún para días posteriores la faena de guardar amorosamente las ropas, las colgaduras y luces de los balcones, las vajillas y mantelerías que se reservan para esas fechas, y queda, incluso, el deber de escribir al familiar ausente que no puede venir este año y al que hay que contárselo todo bien detallado para despertar su emoción.
La procesión tampoco es solamente el ordenado desfile de tantos o cuantos miles de hombres, ante un pueblo devoto y amante del Cristo. En la procesión ocurren muchas cosas que ni se ven ni pueden medirse. Las caras de los que desfilan o las de los que están sentados van despertando, una a una al pasar, recuerdos y sentimientos que se avivan, arañando muchas veces el corazón. Y si al pasar algunas se abre la sonrisa de la madre, la novia o la amiga, en cambio otras hacen palpitar viejos amores, ilusiones marchitas o desengaños. Otras iluminan secretos, más o menos ingénuos, que se pudrieron, e incluso hay algunas que levantan ampollas de rencor inextinguido. También en la procesión están ... los que no están. Percibimos su hueco y en nuestra mente aparece la figura borrosa y triste del que se fué para siempre. En esta especie de documental cinematográfico es sobrecogedor el paso por las casas con luto reciente, tras de cuyas puertas y ventanas cerradas nos llega el rumor de sollozos y se presienten las lágrimas.

Y como son tantas las cosas que pueden decirse al referirnos a Ayelo y a sus Fiestas Patronales, creo que lo meior será encerrarlas todas en dos gritos que, para mí y para mis paisanos, lo expresan todo. y que son.

¡¡VIVA AYELO DE MALFERIT!!
¡¡VIVA EL SANTISIMO CRISTO DE LA POBREZA!!

Adrian Sancho. Publicado en el Libro de Fiestas de1962

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