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lunes, 5 de abril de 2010

El "Tambulló" de les "Mentires"

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EL MOLLÓ DE LES MENTIRES
por Fernando Goberna


La palabra molló (mojón) hace referencia a un montículo o señal que se veía desde lejos. Dicho mojón estaba situado en la cima de una de las paredes del barranco de la Fos. Una antigua creencia de los habitantes de Aielo situaba en este mojón algún tesoro escondido. Es muy posible que tal leyenda tenga su origen en la expulsión de los moriscos en 1609, ya que los repobladores creyeron que éstos habían escondido cosas de valor para que no se las robaran al tiempo de ser expulsados.

El naturalista Juan Vilanova y Piera (Valencia, 1821 – Madrid, 1893) fue el primero que visitó este mojón con intención científica. Fue en el año 1867, cuando ya era un conocido investigador de las ciencias naturales, catedrático de geología y paleontología de la Universidad Central en Madrid. Durante el verano de ese año, Vilanova, que estaba muy interesado en los monumentos megalíticos, hizo un viaje al vecino pueblo de l’Olleria con el fin de inspeccionar los hallazgos que su amigo, el vecino de este pueblo José Pla, había obtenido en unas excavaciones realizadas unos años antes en el sitio, cercano a dicha población, conocido por el Castellet del Porquet, en el cual, según lo que le había explicado Pla, podía haber un dólmen o túmulo funerario. Inspeccionado dicho lugar y visto lo que en el mismo había encontrado su amigo (sobre todo, trozos de vasijas), Pla le comentó que en Aielo también había un túmulo de parecidas características. Así que aprovechó el viaje para ir también al Molló de les Mentires.

Acompañado seguramente por su amigo y por algún vecino del pueblo que les guió, subió hasta dicho lugar y allí llevó a cabo una inspección que le permitió recoger fragmentos toscos que podían ser de vasijas, algunos pedernales que parecían labrados y un fragmento óseo que parecía pertenecer a un cráneo humano.

En mayo del año siguiente, 1868, Vilanova dio dos conferencias en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de Valencia, organizadas por la sección de ciencias naturales de esta sociedad, de la cual formaban parte D. Rafael Cisternes (Barcelona, 1818 – Madrid, 1876), que era catedrático de zoología y mineralogía de la Universidad de Valencia, y el estudiante de dicha Universidad Eduardo Boscá (Valencia, 1843-1928) que era el secretario de la misma. En dichas conferencias Vilanova mencionó las visitas que había realizado durante el verano anterior, haciendo hincapié en que el posible túmulo funerario del Molló de les Mentires estaba intacto, pues no parecía que hubiera sido excavado, al menos en su totalidad.

Ese mismo año tuvo lugar la llamada revolución española de septiembre de 1868, más conocida por La Gloriosa, y como consecuencia del cambio político fue nombrado rector de la Universidad de Valencia D. Eduardo Pérez Pujol (1830-1907), el cual fue impulsor de las reformas en dicha institución. Una de estas reformas fue la creación de un Museo de Ciencias Naturales tal y como tenían las principales universidades del mundo. D. Rafael Cisternes propuso al rector llevar a cabo una expedición científica al Molló de les Mentires para realizar excavaciones y así poder elaborar un informe sobre si era o no un túmulo funerario, y para, además, depositar los hallazgos de dichas excavaciones en el referido museo.

Aceptada la propuesta por la corporación universitaria, se preparó el viaje para junio de 1869. En Aielo estuvo esos días el propio D. Rafael Cisternes y le acompañó el mencionado Eduardo Boscá. Ambos dirigieron las excavaciones, las cuales duraron cuatro días. Durante este tiempo realizaron dibujos del montículo, lo midieron, recogieron muestras de la tierra y piedras que allí había, y fueron anotando todo lo que encontraron.

Según dicho informe, dicho montículo tenía forma de un cono de base elíptica algo irregular, cuyo eje mayor estaba en sentido de nordeste a suroeste, siendo sus medidas las siguientes: 5 metros de altura y siete centímetros, perímetro de la base 83 metros, diámetro mayor 27 metros, diámetro menor 22 metros, siete de perímetro en la base y 83 metros de base; su parte superior estaba truncada y formaba una meseta desigual e irregular de unos 6 metros, y 5 de diámetro término medio. Respecto a los hallazgos, éstos consistieron en fragmentos de hueso y dientes que identificaron pertenecientes a cuatro tipos de animales (cabra, conejo, oveja y cerdo) y un trocito de costilla posiblemente humana; también encontraron trozos de vasijas de barro, pedacitos de carbón y dos trocitos de pizarra, al parecer trabajada y que, según la opinión de Cisternes, podía corresponder a algún tipo de amuleto; finalmente, localizaron una moneda de la época del rey Carlos III, que reinó en España desde 1759 hasta su muerte en 1788.


Con todos los datos recogidos, los expedicionarios regresaron a Valencia y allí en la Universidad dictaminaron que nada indicaba que se tratara de un monumento megalítico o enterramiento prehistórico, y lo único que se podía afirmar era que, en todo caso,se trataba de una estación humana antigua.

D. Rafael Cisternes escribió durante esos días una crónica sobre la expedición, la cual fue publicada en el diario Las Provincias del día 22 de agosto de ese año 1869. Dicha crónica, firmada por el eminente catedrático el 22 de julio, es una buena muestra del periodismo científico de la época, el título de la misma era: "Exploración de un supuesto “dolmen” en Ayelo de Malferit, provincia de Valencia". Los dibujos, notas e informes, y los hallazgos de las excavaciones fueron depositadas en el mencionado Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Valencia, y la desgracia hizo que todo quedara destruido en el incendio que padeció la misma en agosto de 1933.

Años después, en 1909, otro ilustre arqueólogo, D. Isidro Ballester Tormo (Nerpio, 1879-Valencia, 1950) visitó el Castellet del Porquet y también el Molló de les Mentires. Su dictamen coincidió con el informe de los universitarios, o sea, que el Molló no podía ser un monumento megalítico, ya que de haberlo sido se hubieran encontrado las piedras ciclópeas a la entrada del mismo, y si éstas hubieran desaparecido quedaría al menos visible el foso de las mismas. Su opinión es que se trataba de un poblado correspondiente al inicio del periodo eneolítico, y lo que allí se podía ver serían las ruinas de una obra fortificación.

Fernando Goberna

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